Vaya por delante que no tengo nada contra los pactos ni mucho menos contra los jefes de comunicación de los partidos políticos firmantes, que se ven obligados a redactar comunicados justificativos que en algunos casos rozan el folletín decimonónico o los Juegos Florales tan de moda en otras épocas en los que siempre ganaba la mujer del alcalde convocante. Pero es que uno lee y escucha en los medios de comunicación alguna cosa que además de producir cierta vergüenza ajena parece destinada a un votante adocenado, adormecido o adoctrinado, que de todo hay en este mundo.
El último que se ha venido arriba es quien tuvo la feliz idea de justificar el pacto en la capital grancanaria con la frase “este pacto nace para mejorar la vida en la ciudad”. Casi nada, el sublime objetivo que se marcan, dudo si la alcaldesa no se verá obligada a transformarse en una especie de Madre Teresa de Calcuta con bastón de mando.
De “pacto de continuidad”, “pacto de estabilidad” o “pacto de progreso” hemos pasado al pacto que mejora vidas, no descartándose que en próximas horas veamos uno firmado con el objetivo de “liberar a la humanidad de las taras heteropatriarcales desde la resiliencia, la inclusividad, la sostenibilidad y un compromiso progresista, antifascista y mediopensionista”.
Todo sirve, a esto quería llegar, para tapar las vergüenzas democráticas de los pactos. Reitero que entiendo que forman parte de los mecanismos de acceso al poder en política y son legales y legítimos, lo que pongo en duda es la ética de los mismos ya que se alcanzan a espaldas de los votantes y lo que es más grave sin previo aviso.
Tras contemplar una campaña donde los políticos parecían los protagonistas del cuadro de Goya, Duelo a garrotazos, resulta sorprendente como a las pocas horas de finalizar el escrutinio, esos mismos políticos no tienen pudor en transformarse en los cursis protagonistas del Galanteo del mismo Goya. Para justificar ese repentino enamoramiento recurren a los Juegos Florales o al manido argumento de que la mayoría ha decidido que tal cosa o tal otra es lo mejor para sus vecinos, ciudadanos, amigos y compañeros de partido (aunque a estos dos últimos grupos no es conveniente nombrarlos)
Les compraría este último argumento si a lo largo de la campaña hubiesen anunciado y aclarado a sus votantes que su intención era pactar con tal o cual partido si sumaban el número suficiente de votos para gobernar, pero el único caso conocido se dio en La Oliva donde un partido aseguró que si sumaba pactaba con Coalición Canaria y pasó de tener 4 concejales a 2, lo que demuestra el perjuicio que se puede ocasionar cualquier partido a la hora de establecer pactos prelectorales.
Algunos suelen añadir otro tópico para defender su afán pactista, suelen justificarse diciendo que su estrategia fue ratificada por los órganos colegiados del partido, que nos intentan vender como un sanedrín de sabios, cuando la realidad es que a lo largo de los procesos pactistas esos mismos órganos están compuestos mayoritariamente de gente cuya reflexión interior se suele reducir a la famosa pregunta política “¿Qué hay de lo mío? , lo que les invita a permanecer callados y no oponerse a la brillante estrategia de su líder o líderes que les puede facilitar el acceso a un sueldo público.
Después de los pactos, avisados estamos, vendrán las mociones de censura ya que estos repentinos enamoramientos postelectorales están, en la mayoría de los casos, condenados a ser como “un rollito de una noche”, mucha pasión al principio pero después no se sabe que hacer hacer para que la otra persona se vaya pronto a su casa y desaparezca de tu lado.
Las mociones de censura, desconozco el motivo de que todavía algunos digan que son antidemocráticas, son la herramienta que la legislación contempla para cuando el ardor del enamoramiento pactista desaparece y te quieres divorciar de tu cónyuge electoral.
Si me pusiese serio debería finalizar hablando de la necesidad de reformar la Ley Orgánica de Régimen Electoral General o de modificar las condiciones de presentación de una moción de censura, pero es que con estos de los pactos es imposible ponerse serio ya que uno descubre sorprendido que existen políticos que son capaces de lograr que el agua y el aceite se mezclen y quedarse tan tranquilos mientras se reparten el pastel.