Ya era media tarde, y estaba de rodillas en medio del cercado de cebollas. Sin embargo, había menos terreno plantado que esta mañana, cuando vino a trabajar. Estaba rara, con malestar, con un bahío como los que le daban a su madre. Debe ser hora de coger la guagua. Se levanta y coge camino abajo, aun sin saber muy bien qué le había pasado.
Por la posición del sol, ya llegando a Tenerife, debe ser la hora de volver a casa, una señorita no puede estar sola, de noche, en la calle. El camino le era familiar, lo transitaba a diario para ir a trabajar, pero ahora lo ve distinto, como si su tierra fuera diferente. Intenta no darle importancia. Sin embargo, mientras más se acerca a la parada de la guagua, parece ver más casas que las que había esta mañana, cuando hizo el mismo camino de subida, después de que la dejara la Utinsa.
Un escalofrío le recorre la columna al llegar a la parada de la guagua. Ahora hay donde sentarse y cubrirse del viento. Pasan coches, no muchos, pero parecen más grandes, más coloridos, no sabe. ¡Quizás más modernos! Aprovecha que está sola y se pellizca. ¡Está despierta! Pero no entiende lo que ve.
Llega la guagua, ¡las sorpresas no paran! Su matrícula es extraña. No lleva las letras GC en ella, como sí las tenía la que la trajo hace unas horas. Es moderna, con color a azul mar en su carrocería. Parece una nave espacial. Aun así, sube, y se ve en el espejo que está en el parabrisas.
Le devuelve la mirada una septuagenaria: de la impresión, se le caen sus rubias pesetas de la mano. El chófer, vecino del lugar, apaga el motor de la solitaria guagua, la ayuda a sentarse en el suelo y, sin decirle nada, llama a la base.
«Por favor, envíen una ambulancia y a la Guardia Civil. Ha subido a la guagua una señora, se parece a Adelita La Culeta. Podría ser su hija, la que desapareció el día que D. Paco Julio vio el OVNI».