Hasta el siglo XVII existían en toda España unas Cofradías que se dedicaban a pedir por las ánimas, y en las Islas, algunos pueblos adoptaron esta costumbre. Su objetivo era mantener el culto piadoso por las personas fallecidas. El Rancho iba por las calles cantando y recogiendo dinero, que luego entregaba a la Iglesia, con el fin de que se celebraran unas misas en su nombre. En Fuerteventura pronto se empezaron a organizar ranchos de ánimas en diversos lugares. Fueron muy conocidos el rancho de Betancuria, el de La Oliva o el de Tetir, aunque ya hace más de 50 años que estas agrupaciones interrumpieron su actividad, siendo el de Tiscamanita la única excepción. El profesor Felipe Bermúdez Suárez, doctor en Teología, ha estudiado en profundidad las claves de la permanencia en el tiempo de esta lejana costumbre y desgranará sus curiosidades y el valor de su conservación en el marco del Campus organizado en paralelo al Festival Internacional de Folclore de la Villa de Ingenio. La cita es el día 19 de julio, a las 19:00 horas, en el Salón de Plenos ingeniense.
El profesor Bermúdez intentará acercar a las personas que acudan a escuchar la charla el fenómeno de los ranchos de ánimas y de pascua en general y, en particular, el caso concreto del de Tiscamanita. “Mi intención es mostrar el valioso patrimonio cultural que suponen los ranchos y hablar de su origen, bastante documentado en la mayoría de ellos, además de explicar la evolución que han sufrido a lo largo de los siglos”, avanza el investigador, que se remontará al origen de los ranchos procedentes de las cofradías de ánimas “que se crearon en la mayoría de las parroquias del Archipiélago a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, según se ha documentado ampliamente por muchos investigadores y publicaciones”, explicará.
Como novedad, el profesor adelantará los datos referidos al origen y momentos claves del Rancho de Tiscamanita en su historia de 223 años. “Mostraré datos inéditos que estoy investigando y preparando para una próxima publicación”, revela Bermúdez.
Único Rancho en Fuerteventura
El Rancho de Ánimas de Tiscamanita cuenta con más de dos siglos de antigüedad y es el único que mantiene su actividad de manera ininterrumpida en Fuerteventura. Como ocurre con todo el patrimonio inmaterial de una comunidad, la supervivencia no ha sido nada fácil y tiene nombre y apellidos. “En los doce ranchos que todavía perviven en el Archipiélago, su supervivencia es fruto de una serie de circunstancias que las han salvado, al igual que a nuestro rancho, de desaparecer”, comienza a relatar el profesor Bermúdez.
“En nuestro caso, no le afectó la emigración, porque siempre se garantizó el relevo. También ha sido decisivo el amor que nuestro pueblo ha tenido por conservar sus tradiciones. Por ello, también se ha recuperado y conservado la memoria de Manuel Velázquez Cabrera, ilustre majorero considerado uno de los padres de los Cabildos Insulares, nacido en el pueblo”.
A pesar de la labor de Manuel Velázquez y del empeño del pueblo de Tiscamanita, lo cierto es que el Rancho estuvo inactivo una década del siglo pasado (1978-1988). Sin embargo, tal y como relata Felipe Bermúdez, “un grupo de jóvenes lograron rescatarlo, recuperando algunos componentes antiguos y las letras, melodías e instrumentos del grupo original”.
Un ritual con ‘santo y seña’
Inalterado también es el ritual que mantiene vivo el Rancho de Ánimas en su deambular por las calles de Tiscamanita. La salida de la comitiva, que se mantiene desde tiempo inmemorial el día 7 de diciembre, víspera de la Inmaculada, por lo que se le conoce como Rancho de la Inmaculada, “consiste en recorrer las casas del pueblo tocando y cantando en ellas, con el agasajo de la vecindad, que les brinda bebida y comida”, describe el investigador.
Entre los aspectos curiosos de esta antigua procesión, el profesor Bermúdez detalla varias anécdotas. “Antes se recorría el pueblo completo a lo largo de toda la noche y se terminaba en la misa o función del día de la fiesta. Hoy, al ser el pueblo tan largo, se hace en dos zonas, alternando cada año. No se visitan todas las casas, sino aquellas que lo piden o lo acuerdan”. El Rancho dice: “Con las puertas abiertas y la luz encendida, así es como se recibe a la Virgen María”, describe el teólogo acerca del desarrollo del antiguo ritual.
Con frecuencia, se unen varios vecinos para hacer la parada en una sola casa. Otra curiosidad, cita Bermúdez, “es que todo el pueblo acompaña y el brindis en cada casa se hace al Rancho y a todas las personas que lo acompañan. También viene gente de fuera a participar”, añade.
Quizá el ritual más antiguo y llamativo es que cuando se llega a una casa determinada, y el Mayordomo pregunta: “¿Aquí se canta o se reza?” Y según conteste la vecina dueña de la casa, se canta una canción o se reza una oración. “Esto ocurre, porque a veces hay algún luto reciente y la familia no ve bien que se cante”, aclara el profesor. Y en algunos casos, la vecina dice: “Aquí se canta y se reza”. “Y el Rancho hace las dos cosas”, añade Bermúdez quien recuerda también que siempre viene después el brindis.
La evolución del Rancho de Tiscamanita
A pesar de su larga pervivencia, casi ininterrumpida en el tiempo, el Rancho de Ánimas de Tiscamanita ha sufrido una profunda transformación desde su nacimiento, en época del obispo Verdugo. “Nació como Cofradía de Ánimas en la parroquia de Tuineje en 1800”, se remonta Felipe Bermúdez. “Hacia 1878, ya empieza a llamarse Rancho de Ánimas y no Cofradía, y cambia de estar centrado en la parroquia de Tuineje a estar vinculado con la ermita de Tiscamanita. Y también empieza a centrar sus intervenciones en torno a la Virgen Inmaculada (copatrona de Tiscamanita) y no en las ánimas. En momentos determinados, incluso se llamaba Rancho de la Purísima”, explica el profesor, que anuncia que en su charla tratará de explicar más pormenorizadamente los motivos religiosos, económicos y sociales que motivaron estos cambios.
La realidad es que el caso de Tiscamanita es una de las escasas excepciones que se han dado en Canarias con respecto a estas tradiciones que, desgraciadamente, han ido desapareciendo de manera progresiva o transformándose de forma distinta en cada caso. “Los tres ranchos que se conservan de Gran Canaria, por ejemplo, siguen manteniendo la referencia original a los difuntos, aunque también cantan en Navidad”, explica Bermúdez. “Los 7 de Lanzarote y el de Tetir se han transformado en ranchos de pascua, que cantan solo la Navidad y el Rancho de Tiscamanita ha sufrido una evolución original, transformándose en un rancho de la Inmaculada”.
Una vinculación personal
“Hace 23 años, en el 2000, me casé y me vine a vivir al pueblo de mi mujer, Tiscamanita”, revela el profesor Bermúdez al ser preguntado sobre su especial interés en el estudio del rancho de ánimas majorero. “Me he vinculado a la Fundación Manuel Velázquez Cabrera, que tiene su sede en el pueblo, institución sociocultural de la que fui gerente muchos años y de la que actualmente soy su secretario”.
La relación comunitaria forjada a través de la fundación derivó en una vinculación al Rancho de Ánimas, a la Asociación de Vecinos ‘El Tabaibe’, a la Fiesta de San Marcos, a la parroquia de San Marcos Evangelista, en cuyo Consejo Pastoral participa, e incluso al Equipo ‘Tiscamanita Club de Fútbol’. “Tiscamanita es un pueblo con fuerte valoración de lo comunitario, y con el arraigo de muchos colectivos de la sociedad civil. Como dije antes, eso explica, en gran parte, la pervivencia del Rancho, nuestro patrimonio más valioso”, reflexiona el teólogo Bermúdez, a modo de conclusión.
Sobre Felipe Bermúdez
Felipe Bermúdez Suárez (Las Palmas de Gran Canaria, 1944) es doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid). También es profesor emérito del Centro Teológico de Las Palmas (actual ISTIC), del cual fue director entre 1987 y 1992, donde fundó y coordinó la revista Almogarén y el departamento TERECA (Teología de las Realidades Canarias). Fue gerente de la Fundación Manuel Velázquez Cabrera, con sede en Tiscamanita, Fuerteventura, de la cual actualmente es secretario.
Sus publicaciones están centradas en los ámbitos de la Teología, la Antropología cultural y la Historia, y destacan sus libros ‘Fiesta canaria. Una interpretación teológica’ (1991 y 2001), ‘Asamblea Majorera. 25 años de historia’ (2003, con Carmelo C. Torres Torres), ‘La Cooperativa Agrícola de Gran Tarajal. 60 años de historia’ (1946-2006) (2007), ‘El defensor de la isla. Manuel Velázquez Cabrera [1863-1916]’ (2010) y ‘El huerto de la memoria. La represión del Maestro Carámbula’ (1876-1951) (2019).